Derrumbe_Concepcion Huerta
Still de «Derrumbe», Concepción Huerta

 

No te recibe la oscuridad, sino el aleteo de luces que nacen de un proyector y que parecen impulsadas por la vibración de un sonido que encapsula los cuerpos en capas de aire. Los cuerpos pierden la materialidad y oscilan entre las sombras y los haces de luz. La luz no es cualquier luz: es la luz del día filtrándose en todo lo vivo, lo que se mueve y lo que no / lo que respira y lo que no / para transfigurarla –a la luz– en sonido. Pero antes de que la atmósfera resuene, hay algo que resuena ya en la imagen y su movimiento: la literalidad de la búsqueda en los pasos sobre la hierba, atravesando el bosque: delata la intención/necesidad de extraer del cuerpo lo que sobra y atraer a él todo aquello de lo que carece: quizá un poco de otra vida: la vida de las hormigas sobre los árboles, de la esencia suspendida entre el cuerpo del cielo y una lengua negra y áspera que es el desierto.
Puede ser el silencio transfigurado en imagen; el sonido que nace de la imagen, una imagen que no suelta cabos ni estruendos, pero están ahí: las montañas y los desiertos, los edificios como montañas y las estructuras de hierro y aluminio; todo lo que es susceptible de producir -o al menos de sugerir- una onomatopeya inherente a su naturaleza: las estructuras, como los seres vivos, son organismos que resuenan, que guardan una historia en las células de los materiales que las sostienen, y los ecos de esas historias se materializan en los colores, en la erosión de sus formas, en la respuesta de sus vibraciones internas a las del ambiente que las abraza y moldea. Pero qué pasa si los sonidos no son sus sonidos, si los sonidos provienen de una fuerza que los observa, que los intuye, que los imanta como fuegos fatuos a los náufragos del desierto… Derrumbe del tiempo, de una fuerza sobre otra, tras otra. Derrumbe del material, de los cielos, de las cosas que se impregnan a su paso por la tierra /ya sea polvo/argamasa/concreto/arena. Derrumbe del eco por la mañana, cuando se puede percibir el momento en que las aves, guiadas por el sol y la neblina, buscan el refugio de los árboles. Derrumbe del estruendo al enrojecer el cielo, cuando la luna abre las fauces tras las montañas de poniente, devorando un edificio altísimo que se encumbra con la punta de algún faro que guía a las aeronaves hacia la pista que las ha de tragar hasta el subsuelo. Derrumbe de la conciencia de ser uno en otro / uno en todos: el ejercicio de desplegar las membranas oculares, los intersticios que se forman al juntar núcleos entre los pies y las manos. Derrumbe del sueño mientras miramos a los árboles pasar y no sabemos en qué noche nos encontramos. Las noches, como las que inventaba Tario, son los rostros del Universo que se muestran o se esconden a la mirada, al cuerpo del extranjero terrestre mientras espera a que todo aterrice de nuevo, a que el cielo se cierre, escame, deje de ser una espiral ominosa de fuego y fluorescencias verdes que palpitan al ritmo de un sonido largo, agudísimo, cavernoso, entrecortado de pronto, que se abre espacio entre un gusano espacial y otro, una programación y otra. Derrumbe de los circuitos de la noche enlazada en su electricidad de oro astral que no pertenece a este tiempo ni a esta cáscara de meandros dulces: primero es el bisbiseo, la insinuación de una entidad vocal que vibra mediante pulsaciones ante la alternancia de lo etéreo y lo sólido: la presencia y la esencia del cuerpo, la identidad, el individuo y lo que lo justifica como ente social: Derrumbe de lo que habita la tierra y lo que brota / se desprende de ella como el sonido del cuerpo y de la máquina / como si se tratara de una transmutación de esencias alquímicas si se piensa que para que esto que está naciendo, esto que se escucha, exista, debe atravesar sensores, códigos y cables mediante la manipulación –humana– de botones y palancas diminutas guiadas por la intuición de quien hace que el sonido brote como brota el vapor de las esferas de fuego subterráneas, como brota el deseo de atravesar carreteras y conocer otros entornos, otros rostros, otras esencias antes del Derrumbe. Pero las esencias se descomponen / como los cuerpos / como cualquier entidad orgánica y como lo que no está vivo: hay un Derrumbe en la materia, porque está impregnada de las historias de lo que crece a su alrededor, porque se construye con la energía que nos alimenta, porque toda energía constituye un ciclo, una espiral que grita, tiembla, implosiona y explota para generar el Derrumbe que se antepone al estruendo sonoro y visual: un estruendo que nace desde el fondo de la garganta y se imanta al que nace del fondo de las cintas, los poros de la imagen, el calor de las máquinas y nos envuelve, como nube de metal, como hálito de dragón, para hacernos sentir que hay algo entre todos los cuerpos que nos hace voltear a ver el misterio subterráneo: el misterio de lo que duerme en el fondo del Derrumbe antes de regresar al caos vaporoso del silencio.

 

 

*Híbrido textual a partir de la presentación de Derrumbe, el 16 de julio del 2015, en el Centro Cultural España, como parte del ciclo «Articulaciones del Silencio», curado por Fernando Vigueras.