Música de los cielos, Ahuizotl David Gutiérrez Castillo

Entrar a Word, ir a Archivo, seleccionar Nuevo, y oprimir Crear. Eso: una pequeña hoja en blanco que te ofrece una palabra/acción con la que puedes hacer lo que quieras: crear. El acto de enlazar una idea con una construcción de palabras que se siguen unas a otras en busca de un significado concreto, un mesmerismo ajeno al devenir del día que te rodea y al que sientes que no perteneces, pero del que formas parte: la torre de veinte pisos con estructura de cristal; tu asiento a un metro y medio de la ventana desde la que observas la fila de autos que avanza y retrocede, y sobre todo la luz que hace juegos a través de las nubes y las capas del cielo que aún se dejan ver como si estiraras la mano y estrecharas su acuática configuración de hidrógeno y oxígeno para beber. Te gusta imaginar que estar ahí, a cientos y tantos metros de altura sobre el nivel de la ciudad, es lo mismo que estar a bordo de un avión: ajustas tu silla como ajustas el cinturón de seguridad, te conectas a la Galaxia Internet como observas el cielo y los paisajes terrestres desde la ventana en la aeronave, y juegas, juegas a dejar que tu mente entre y salga de una esfera y otra: información, imágenes, música, historias, poemas, fragmentos de vida: lees todo lo que eres capaz de asimilar durante el intervalo de las horas muertas y las horas de labor, una labor que también consiste en reconfigurar palabras y significados, pero de otro tipo de textos, textos que en realidad no generan ideas, sino que reproducen dogmas. Pero eso no te desvía de tu verdadero propósito: estructurar y corregir, hacer comprensible algo que no lo es y seguir, dejar que el otro lado de tu mente siga parpadeando, siga percibiendo el paisaje, la voz, el sonido, la casa, el lenguaje que estás buscando. Porque ya has leído por ahí y por allá que toda escritura es búsqueda, y no hay búsqueda sin sinapsis entre lo que se percibe y lo que se imagina, entre lo que se escucha y se observa a partir de los otros lenguajes: todo lo vivo, todo lo que se mueve, se comunica, y la manera en que formas parte de esa comunicación, es precisamente el lenguaje con el que inventas tu identidad cada cierto tiempo, a veces engendrando y destruyendo ciclos, a veces retomándolos y dándoles otro sentido. Sabes que todo está codificado y que es difícil entrar a una o a otra estructura si no te esfuerzas lo suficiente modificando la capacidad de interacción de tus posibilidades perceptivas y en consecuencia creativas: ahí es donde entra la necesidad de dar vida al ente escritural, ese ente que planteas como una especie de esponja marina que se desprende de alguna parte de tu cuerpo y que se retroalimenta con el exterior a partir de la exploración sensorial para crear una fuente de datos con la que comienza esta maquinaria de intervención del inconsciente / creación de la alteridad. Por eso sueles relacionar tu propia imagen física –en tanto que refleja tu esencia- con un monstruo o un espécimen que toma lo necesario del plano consciente y del inconsciente para cruzar límites entre la lógica restrictiva y la fluidez verbal, muy cercana a la escritura automática, a la avalancha que se desencadena a partir de la sencilla acción de oprimir el recuadro que indica Crear después de haber seleccionado Nuevo y entonces las manos tienen que ser más rápidas que las palabras que ya asoman, intempestivas a decir que se escribe para confrontar aquello que explota en la vena interna, en el río de los cerebelos, de las concatenaciones cósmicas dentro de uno mismo. La idea no es desatar cualquier monstruo, sino desatarse y entregarse a lo que se escribe. Apoderarse de la noche para alimentar a la fantasmagoría de la luz varada entre la arena del desierto. El fantasma interior se alimenta de la angustia de avanzar sin decidirse por un mundo o el otro. La existencia se asume como un punto medio en el umbral de las ideas, del juego, de la experimentación entre uno y otro misterio. Buscar el temblor en la escritura: el acto de escribir se convierte en una anguila que se apodera de la mano para descargar, como en una mordida eléctrica, aquello que detonará la metamorfosis, la transgresión y la transfiguración del cuerpo y el ente a quien pertenece esa mano. Contracción de los sentidos que no llegan a ninguna parte más que a los laberintos de aire, de centauros de fuego. Sin ese gesto, no hay posibilidad de ser otro: la velocidad es una llave para cambiar la percepción de las dimensiones. Ser una perla / ser un relámpago: el tiempo es en el cuerpo lo que el cuerpo necesita que éste sea. No hay posibilidad de hacer al tiempo; se cae en sus manos como en las de una búsqueda de estadías corporales. La escritura sirve para buscar la transformación de la vie enregistrée/ la vida registrada [el registro de la vida]. Musicien de la verité qui donne le savoir. Crear una cosmogenesse / una cosmogénesis propia: el origen de uno solo, de uno mismo. Un signo que quiere ser escritura: la metamorfosis del signo como si se quisiera recrear la historia del signo a partir de sus deformaciones. Encontrar el golpe que calme la ansiedad de los terrores que se arrastran como sombríos hilillos de sangre entre los músculos de la noche, los cuerpos que se enredan y desenredan sobre sí mismos y que empujan a la voluntad del espíritu o al espíritu de la voluntad para crear a partir de esta enfermedad. Escribir como quien escarba entre las vísceras de un inconsciente más subterráneo, más lleno del sueño. Ante la página en blanco: Crear.