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(sic) en el Museo del Chopo Foto tomada de: http://www.auditionrecords.com/chopo.php

 

Es el corazón quien decide qué hacer con los sonidos

Luis Rincón

I. El proceso de escucha como detonador de la ficción

 

  • Entidad sonora / ente escritural

 

El siguiente texto es producto de la reflexión en torno a un proceso de percepción auditiva llevado a cabo a lo largo de un año, tiempo en que he seguido  –en lo posible- un circuito de conciertos, experimentos performáticos, o actos sonoros/visuales/literarios, y programas radiofónicos organizados en el Distrito Federal[1] en torno a la capacidad de explotar las posibilidades de transformación del sonido, mediante un planteamiento estético determinado por la búsqueda consciente o inconsciente de cada entidad sonora [para mí, entidad sonora es el acoplamiento que surge de la interacción entre cada músico con otro (s) músico(s) o entre cada músico con su aparato / máquina / instrumento –todo ello, orgánico y mutante].

Valdría la pena aclarar  que este acercamiento a tales particularidades sonoras ha surgido a partir de dos motivos:

  1. Por la necesidad de ahondar en la relación intrínseca entre mi propio proceso creativo en torno a la escritura y su conexión con la experiencia auditiva.
  2. Por el sentimiento de asombro, sorpresa e incertidumbre que cada una de estas manifestaciones ha ido generando cada vez con más fuerza. Si pudiera pensarse en ello de manera abstracta, diría que cada concierto o “experiencia sonora” es como un disco que ha empezado a girar despacio y que a partir de la energía emitida/recibida/percibida en cada vuelta toma mayor velocidad, impulsado por una fuerza centrífuga que en algún momento explotará como parte de la inercia natural de destrucción<=> transformación que todo proceso creativo implica. Quizá parezca extraño hablar de los procesos creativos desde una visión ajena a cada entidad sonora, pues habrá incluso quien afirme que no busca crear nada, sino simplemente estar y ser lo que en ese preciso momento se manifiesta a través del sonido. Sin embargo, en tanto que lo que he presenciado no define su naturaleza como acto efímero sino como una diversidad de proyectos que cuentan con trabajo previo y con planteamientos que dan continuidad a sus búsquedas particulares, me parece que, aunque no se conozca a profundidad el rasgo identitario de cada uno, sí es posible notar un planteamiento que implica haber pasado por diversas etapas cuya intención particular sólo la conoce quien la ejecuta, pero que al ser compartida, da vida a algo experienciable en el sentido de que interviene de manera directa en el ambiente espacio-sensorial de quien se “somete” a ello durante la escucha.

Se entiende, entonces, que estas notas no parten de una visión desde el mundo musical, por así decirlo, sino desde la curiosidad implícita del ente escritural [para mí, ente escritural es quien se asimila como un indagador de todo aquello que se conecta con las inquietudes más profundas y a veces inexploradas en torno a la escritura]. Así pues, lo que me interesa es señalar la manera en que estas experiencias han generado otra capacidad de percepción, escucha, asimilación y detonación de imaginarios alternos a aquellos que se logran partiendo sólo de referencias literarias, pues por lo general, se cree que quien escribe lo hace sólo desde un punto específico del lenguaje.

  • Cazadores electroacústicos

 

Quien escucha es un cuerpo desnudo cuya forma se estremece o se expande dependiendo de las ondas sonoras que lo atraviesan y de la mirada de quienes lo ejecutan: el sonido desata imágenes aleatorias que el cerebro se encarga de hilar de acuerdo con la resonancia del inconsciente que prevalezca en el momento de escucha. Provoca imágenes, recuerdos, asociaciones; ambientes de los que no se tiene un referente específico, pero que puede inventarse o tratar de “recrearse” a través del medio que uno tenga a la mano, en este caso, la escritura.

 

El sonido provoca una sinapsis distinta a la que se logra mediante otros estímulos inducidos con un objetivo específico. En mi caso, la sinapsis se produce en busca de imágenes, atmósferas y texturas que puedan “traducirse” al lenguaje escritural, que sean capaces de intervenir en el proceso creativo que genera historias, voces y caracterizaciones específicas de entidades y personajes. Por eso, algo de lo que he aprendido a lo largo de estas sesiones es que durante esta interacción retroalimentaria es necesario olvidarse de individuos que generan sonidos e individuos que los escuchan: en realidad se trata de un proceso en el que se desprenden y reciben materias orgánicas, partículas determinadas por un tiempo y un espacio específico que parten de una entidad (a la que llamé antes entidad sonora) para formar parte de aquellas que le rodean.

Dentro de estas entidades se encuentra una que prevalece en la mayoría de los casos: el equilibrio entre el silencio y la saturación de los espacios inertes a través de la vitalidad de los cuerpos mediante un juego de capas sonoras: las manos / los dedos sobre los botones haciéndolos girar, oprimiéndolos para exprimir ondas elásticas, rugosas, punzantes y afiladas igual que los arpones de antiguos balleneros en busca de Moby Dick. ¿Cuál es el color de la ballena que buscan los cazadores de misterios electroacústicos? Observo la expresión en la mirada de uno de ellos; la búsqueda de nebulosas en medio del caos de cables y protuberancias metálicas sobre el tablero, o en el piso, o en el aparato que le conecta, como cordón umbilical, a su cuerpo. Es una mirada a punto de desorbitarse para acompañar la vitalidad exaltada de su compañero. Su compañero: manos exaltadas sobre los recovecos del instrumento, manos que exploran las lenguas de alambre que han sido implantadas en las extremidades de la mesa: una mesa de operaciones como las mesas de los poetas que experimentan en busca de fluorescencias en los jugos cárnicos de bestias indomables. A momentos parece que el sonido es el que decide cómo retorcer las manos, cómo acribillar el aire, cómo transformarse en navajas diminutas que seccionan, milímetro a milímetro, los pliegues de piel que se interponen entre la ductilidad sonora y los fluidos que vibran secretamente dentro de cada cuerpo que escucha. Entre ellos y nosotros se enarbola un montaje que conecta seres/aparatos con seres/aparatos de carne en un juego en el que no puede hacerse nada si no interviene el cuerpo, donde las máquinas/instrumentos intervenidos/mutantes/transformados poseen una identidad lista para ser descubierta por las manos adecuadas a través de una conexión de “esencias”, como si la máquina estableciera un puente de comunicación con quien “despertará” el sonido que duerme en ella; un sonido orgánico, animal, que delata respiraciones, pausas, alteraciones nerviosas: seres/aparatos en este montaje que simula siempre, cada vez de manera distinta, un particular laboratorio de alquimia que sobrepasa la simple experimentación sonora: es una irrupción espacial que desata alteraciones en distintas aristas de quien escucha/observa/percibe.

 

II. (sic): trance de híbridos para una fogata

 

(sic) es una banda integrada por Rodrigo Ambriz y Julian Bonequi. Lejos de referirme a cuestiones técnicas o especializadas, sólo puedo decir que sus instrumentos básicos son la voz, una batería personalizada, los respectivos aparatos electrónicos para hacer efectos, y juguetes u objetos de desecho o descontextualizados. He podido escucharlos casi en todos los sitios en donde se han presentado durante su primer año de vida, y el resultado escritural es el siguiente.

Un sonido arcano invade los siete puntos cardinales que delimitan las fronteras entre aquello que viene de la niebla y aquello que viene del fuego. Un sonido que es una entidad en la que expiran/aspiran dos profundidades cavernosas: la que asciende desde el pozo del manto acuífero sonoro que bulle en cada uno de sus cuerpos, y la que asoma en el filo que nace de la cuerda vocal, de la orilla de los labios, los dientes y la lengua. Son dos góndolas que son cuatro espejos humeantes que son ocho haces de luz que son (sic): la manifestación de aquello que latía en la sombra del hombre antes de que fuera hombre: el trueno abriendo una herida al cielo: la carne cruda, feroz, acercándose al cataclismo y a la boca abisal de la tierra.

Un arrecife, digamos, del que emergen híbridos de aire y piedra volcánica aún enfebrecida. Un arrecife de emanaciones vocales que articulan las capas de estruendos que a su vez son rostro y rasgo de magma y piedra. Golpes de fondo, golpes que raspan, que crujen, que estremecen la médula del hueso y del inconsciente, que sobrellevan el vuelo de la incandescencia cuando se inflama y resplandece y habla del misterio que llegó con el cielo incendiado cuando el cielo era una boca abierta llena de caries endemoniadas y colmillos de piedras preciosas. La radiación que se despliega en los filamentos de la saturación: una bola de alambres, enjambre de moscas, electrodos cuya nivelación ha sido alterada y provoca el escape de las voces que dormían en cada uno de los núcleos dimensionales del propio cuerpo: el cuerpo que recibe lo que esos cuerpos expulsan: el cuerpo que absorbe lo que esos cuerpos destilan.

El tumbo del aire entre los arcos, los puentes, los callejones de la garganta. Los remolinos que estrangulan y liberan a las cuerdas vocales como queriendo decir que se es y no parte del cuerpo: se es, porque ahí se gesta, pero se convierte en algo más, en una extensión del cuerpo y en una entidad independiente cuando alcanza a asomar e integrase a la densidad del ambiente exterior.

Viene la voz del cuerpo. Viene la voz y el golpe y yo creo que escucho pero en realidad veo cómo esos sonidos desgarran el sigilo de la noche entreverando los bosques lunares; cómo de ellos se desprende una entidad que acude al burbujeo de la materia cuando ella misma no sabía que era materia, cuando la tierra era hierba y era alumbre y de su entraña surgían raíces que lloraban al nacer, hinojos de sueño enredado en algas del mar sulfuroso pleno de arcilla y plaquetas y larvas que encapsulaban a las estirpes que se multiplicarían para ser cuerpos sonoros. Un protohombre invoca el estruendo de la piedra golpeando la piedra, o el tronco, o la piel disecada y estirada al borde de un aro que guarda el sonido de un tiempo que nadie conoce, pero que todos hemos soñado. En este tiempo, hay un código en el que se entremezclan cascabeles gigantes, colmenas cristalizadas, voces que se superponen a otras voces, que giran en una danza para saludar a todo lo que se estremece, a la sombra, al espíritu que da vida a todo lo inanimado que duerme en la piedra, en el árbol, en el agua. Entonces otra voz aterriza de un viaje de sueño cósmico y comprendo que puede hacerse vibrar de dos formas: estirándola como quien retuerce los músculos hasta adelgazarlos a punto de hilo, o afilándola en busca de la profunda sirena que duerme en sus fibras. La voz descascara una a una las capas de la tierra, y a cada ruptura, a cada agrietarse, un estertor anuncia el nacimiento de ese cuerpo sonoro que juega con la elasticidad de su materia para dar rostro a frases imperceptibles o inconexas, o faltas de significado que nacieron de la misma forma: sin sentido y sin significado, o fuera de contexto. Ése es el orden al que se atiene esta reconstrucción sintáctica: no hay sintagma o paradigma establecido, sino que la estructura, el organismo sintáctico, se va reconfigurando a partir de la alteridad sonora y su propio contexto, su propio significante y significado: (sic): el lenguaje antes del lenguaje: la alteración del querer decir: ser mensaje de fuego antes de ser palabra.

 

 

 

 

 

 

[1] Enumeraré únicamente los lugares a los que he asistido y el nombre del evento, ciclo, o festival del que se trató –en casos particulares–, así como los programas de radio a los que me refiero: Bucareli 69 (Tatsuya Nakatani/Nakatani Gong Orchestra), Capilla de Guadalupe (Festival Antes), Casa Kan, Centro Cultural España (Nicho Aural, Articulaciones del Silencio / Soledades, lecturas sonoras del imaginario gongorino), Dirty Sound Bar (Disecciones 1.1 / Disecciones 1.2), El Espectro Electromagnético, Ex Teresa Arte Actual (Registros de Audición), Jazzorca, Laboratorio Arte Alameda (Nicho Aural), La Quiñonera (Lxs Grises Fest Vol. II),  muac (Articulaciones del Silencio), Museo del Chopo (¿Algo resuena? Investigación y prácticas en torno al evento sonoro), Museo del Juguete (El Historial) Rancho electrónico (Más vale pedir que robar), yume (Umbral. Sesiones de bajo volumen).

Programas de radio: Ceviche de sarraceno (nofm Radio [Internet]); Ex -Perimento Radio (96.1 FM Radio UNAM) y Ruido a ciegas (Radio CCD [Internet]).

Este texto fue publicado en Revista Registro, donde se incluyen audio y video seleccionados por el editor.

Más de ellos en (sic)