Vagabundeaba, para qué negarlo. Y en ese vagabundeo en busca de revelaciones cromáticas que suelen disparar los árboles después del agua asoleada, descubrí a una anciana que, tras una cactácea, observaba la calle tras la ventana. Vi que me vio y desvié la mirada. Después volví a verla y ella me seguía mirando. Casi en automático, sin dejar de observarla, pensé: “Qué cosa tan macabra una anciana mirando por la ventana”…  Y más adelante, escuchando las reflexiones de mis pasos, un nuevo pensamiento me invadió: “Quizá para esa anciana no exista algo más macabro que una fisgona espiándola desde la calle a través de la ventana…”